Cada vez que escucho el aullido de un lobo, siento que el tiempo,
el espacio, la vida en sí misma se detiene. Es tan ancestral, son tan
indescriptibles las sensaciones internas que se producen en el abismo de lo
interno, que no trataré de buscar justificaciones a eso tan profundo y a la vez
eterno que siento. En el aullido, siento que mi alma se transforma en un arpa, que sintoniza con ese idioma tan
cósmico y común que representa ese ritual del aullido de los lobos, llamando,
reconociendo y armonizando a la manada.
He de reconocer que de niño, sentía un miedo atávico,
abismal, terrorífico, ante la sola idea de encontrarme con un lobo. Recuerdo
sobre todo, un sueño, cuando quizás andaba todavía entre dos aguas, entre el
niño indefenso y el chaval que ya estaba asomando.
Era una noche de invierno, en esas oscuras noches en las que
la persiana entreabierta permite que las sombras se proyecten sobre la
persiana, y en la que los ruidos nocturnos nos transportan a conectar con el
inframundo, con esas otras dimensiones que para un niño son reales y existen.
El sueño comenzó
siendo un paraíso, para terminar en un infierno. Es en esa dualidad, en la que
se mueve la conciencia colectiva respecto al lobo. En este caso, el paraíso lo
representaba, el encuentro en Imbuluzketa, población en la que mis padres
disponían de una finca en aquel entonces, con un personaje televisivo. ¡El
hombre viejo, sabio y barbudo de “Erase Una vez El hombre”, conversando conmigo
en las faldas del monte, y compartía todo su conocimiento, era él, y su voz,
era la misma con la que nos deleitábamos aquellas tardes de fin de semana! Al
observar hacia el monte, mientras mis oídos escuchaban las explicaciones del
personaje de “Erase una vez El Hombre”, de la espesura del bosque, un enorme
lobo, corría hacía mí, se abalanzó sobre mí, y me hizo sentir en todas mis células
la mayor sensación de terror, miedo e indefensión que jamás pueda yo recordar
en toda mi vida.
Años más tarde, me
asociaría a FAPAS, un activo grupo medioambiental en defensa el Lobo. Ahora sé
que es injusto el modo en que los seres humanos proyectamos nuestros miedos
sobre algunas especies animales. Su papel arquetípico, como bien documenta y
explica científicamente el gran Carl Jung, lleva al lobo a ser el objeto
expiatorio de nuestros traumas, miedos y pesadillas.
Acercarse al lobo con cierta curiosidad, es descubrir todas
las cualidades y capacidades que los seres humanos debemos aprender de tan
magnifico animal. Sí, ya sé que algún ganadero ha vivido en sus carnes la
embestida de alguna manada de lobos.
Pero en nuestro caso, son algunas cualidades de su
comportamiento social y colectivo, las que nos van a servir, para nuestro
próximo taller de Biodanza. En el lobo y su magnífica organización social,
vamos a descubrir como BAILANDO CON LOBOS, podemos reconectar con esa parte
salvaje y genuina, que nos va a impulsar a poder rescatar todas las cualidades
que el lobo ya enseño a los humanos, como la mitología de los pueblos nativos
de América enseña. Cuenta la leyenda, que los lobos, extrajeron de la tierra a
los hombres, que vivían enterrados. Los ayudaron a aprender de sus manadas a
convivir juntos, y cuando aprendieron todo lo que les pudieron enseñar, estos
expulsaron a los lobos.
La enseñanza de este mito Amerindio es clara: ¡Cuánto
tenemos que aprender de los lobos, su sentido de manada, el modo en que
cooperan, comparten, enseñan, participan, su sabio respeto a la jerarquía
natural y su genuino equilibrio entre la expresión de su independencia e
identidad, su actitud inclusiva ante el distinto, el diferente y su
organización social en manada cooperativa!
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Victor Núñez.